La razón, aquella excusa del hombre para ubicarse por encima de los seres que lo rodean, pierde su fuerza entre la maraña de sus vanidades. Lo que sirvió al hombre para discriminar, en su momento, los caminos del bien y del mal, génesis de las acciones y concepciones polarizadas de nuestros días, se ha convertido en una máquina desbocada, aún más que la futurista y paliativa locomotora del progreso que, vimos, vemos y veremos, no deja sino una estela de humo negro y de naturaleza muerta a su paso; y el "instinto de la crueldad", inherente al hombre, y que, según la guía y asistencia de los progenitores, es extirpado del lugar que habita en todo infante, ha sido inoculado a los adultos, padres, madres, putativos o no, iluminados, ya no con la sabiduría divina o terrenal, sino con machetes, cuchillos, agujas o manos. La enfermedad no reconoce límites.
Tristeza, 2015