Ayer, sentada mientras escuchaba lo que algunos tenían que decir sobre la investigación literaria, pensaba en el lugar al que van todas las intenciones que nos asaltan de cuando en vez. Como suele ocurrir al inicio del año, se encadenan en lista una serie de acciones a seguir, y justo, cuando ya despunta el final, se hace necesario buscar la lista y empezar a apurar los pasos para lograr algunos de los cometidos. No sé por qué, pero en los últimos días esa lista ha venido varias veces a mi mente como el anuncio del cierre de otra época. El primer propósito que se tiene para exhortar el aviso es el de encarrilar una colección de hojas sueltas que deambulan por mi estudio. He sido afecta a la imagen de cosas flotando por un espacio determinado y el estudio es fiel prueba de ese gusto. Antes de buscar mi lista para afanar resultados, deberé mi tiempo a la lectura de la novela de Andrés Neuman, ganadora del Alfaguara 2009, El viajero del tiempo, empresa que en la que yo misma alenté mi inclusión y que probablemente deje algunos elementos extras sobre las fijaciones estético-literarias que me han aquejado de un tiempo para acá.
Por lo pronto, tendré que buscar la lista y empezar el recuento y el descarte…
Bogotá, 2009
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