Debo confesarlo. No soy gran lectora (advierto que hablo desde la cantidad, no desde la calidad), y menos, soy lectora de revistas. Por accidentes de intercambio, me he visto los últimos días hojeando y ojeando, par de números de una revista que ya cuenta los últimos días de su existencia (esas boqueadas no son desconocidas, y menos pasan desapercibidas). Y una tendencia encontré, considero que no se trata de una mera casualidad, ya que esa postura la vengo rastreando ya en novelas de jóvenes autores (cuando hablo de jóvenes, se debe entender que el título de "joven" abarca una franja lo suficientemente ancha para que yo alcance a entrar en ella; si fuese un muchacho de 18 a 22 años el que lo dijera no sería tan condescendiente en lo de una juventud tan ya avejentada), y es la de hablar desde la esquina de la cotidianidad, desde el parecer y desde el ser. Ya el texto no es máscara, pero tampoco es espejo, porque en el espejo se refleja también aquello que no se es, sino que se desea ser.
Bogotá, 2014
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