Hablamos con el hombre, le pedimos que nos dejara entrar, que no nos demorábamos. Él continúo con su cigarrillo entre los labios y con la mirada colgada en el árbol del frente. Las pieles de las ovejas se arrinconaban junto a la mujer, eran una montaña blanco-sanguinolenta. Caminamos y no te pregunte a qué olía. No interesaba. Luego, la fila de cabezas que vi al otro lado en el vidrio opaco del baño.
domingo, 21 de septiembre de 2008
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