Hoy mientras montaba y desmontaba cifras en una pantalla de computador, mi gata Lola, en casa, moría. Un corto paseo en la mañana es el último recuento de los hechos; después, una piel gris y blanca iniciada por un charco de babaza repetía el ángulo que forman la pared y el piso detrás del sofá de la sala.
Mi texto de hace dos días lo anunciaba: odio a esta raza maldita que es capaz de alzar su maldita garra en contra de un ser que no ha nacido repitiendo su misma saña.
Bogotá, 2009
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