miércoles, 4 de enero de 2012

La recurrencia de las imágenes

En la más reciente película de Terrence Melick, El árbol de la vida (2011), aparece una y otra vez la imagen de un árbol: la cámara, desde abajo, atraviesa el follaje para llegar hasta el sol. Esta imagen, una de las preferidas por Sofía Coppola en sus cintas, tiene una fuerza que proviene del movimiento vertical y ascendente que describe y que sitúa a quien observa en su propio punto de observación; es decir, le susurra al oído su tal vez olvidada o poca advertida ubicación. Desde la tierra, el ojo contempla fragmentos de luz que son advertidos gracias a la intromisión de las hojas entre cada uno de los extremos. Algo de esta dinámica de la contemplación es lo que propone Melick en esta cinta que, como lo dice acertadamente Carolina Sanín en la revista Arcadia, anula en el espectador su capacidad de ser contada a otro. La experiencia de narrar al otro el evento de la luz a través del follaje es anulada, así mismo, en el momento en que se da cuenta de ella. Nunca el narrador podrá superar el plano de lo visual sin entrar en el territorio de la metáfora o de lo simbólico. Sólo, en la imagen misma que colma la pantalla de exhibición, puede el observador asistir a la experiencia real que esta imagen propone, de igual modo en que la cinta de Melick se convierte en una película para cada uno de los espectadores.

Bogotá, 2012

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