Cuando me di cuenta, estaba rodeada de nombres de gatas. No eran nombres especiales, o que pertenecieran a algún tipo o raza especial. Eran nombres espontáneos, que fueron emergiendo conforme ellas iban apareciendo en mi vida. Las dos primeras, salidas, literalmente, del clóset de mi ropa, acapararon nombres afines con su personalidad. Creo que ellas fueron las que me susurraron el nombre que querían en mi oído. Luego, la tercera gata tuvo varios nombres antes del final; en todo caso, no le interesa responder a ninguno. Y el cuarto nombre fue para un gato al que creí gata y que tuvo un nombre tan breve pero contundente como él.
Bogotá, 2012
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