Más allá de las controversias y de la palabrería que han desgastado las presentaciones de Cyrus, y sus subsecuentes apariciones (obviando las fotografías junto a su nuevo novio, descendencia directa del robot cinematográfico y de una muestra más del intento fallido en hacer un buen preparado de la mezcla intervención dramática e intervención política), doy fe de que he asistido y he vivido la experiencia de la tendencia de nuestros tiempos a airear lo tapado y a mostrar le escondido. Ya, durante la década de los sesenta, de la mano femenina de aquella que se disputó (o a la que le hicieron disputar) su autoría, la minifalda fue uno de los recortes del presupuesto para las generaciones futuras, representada, cómo no, en el recorte de la tela para la indumentaria de las mujeres que llevaban entre sus manos (o debo decir que, entre sus piernas) la tea de la irrupción.
Ahora, la cuestión va más al fondo (o más profundo, da igual) y se destapan y reciclan las ilustraciones y monitas de los libros de aquella materia "prohibida" que impartían las monjas en sus colegios con el fin de chulear el deber que debe de chulearse, biología de octavo año escolar, y los manualuchos de educación sexual que se venden al quiebre de cintura; es decir, que ahora me siento de nuevo sentada en una silla sin saber si sonrojarme o toquetearme o arrancarme las entrañas con tantas reivindicaciones de matrices, incubaciones, orgasmos, úteros, lunas, soles y semillas. Y, sin estar segura, de qué sería mejor: a lo Cyrus o a lo new age.
Bogotá, 2014
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