Bajo la bandera ambientalista se cometen atentados contra natura. El más reciente es el caso de aquel amante de los animales y de la selva que prometió ser el almuerzo de una anaconda. La polvareda se hizo por los a favor y por los en contra de tan loable ofrecimiento en favor de los animalitos, aquellos seres desvalidos que, como los niños, los desplazados, los negritos, los "handicaps" (ojo, in english es dignificado el rótulo), los pobres, etc, etc. (la lista es larga) necesitan la salvación de estas manos salvadoras y todopoderosas. Y se rascaron su bolsillo para buscar los billeticos o el cheque que se produce con la tala de los árboles que ahora protegen a capa y espada. Todos nos agarramos de los pelos, de pensar en aquel pobrecito, carne de nuestra carne, que iba a ser presa voluntaria de tan magnífica bestia. Y ahí comienza el factor para desconfiar de lo tan confiable. Un ofrecimiento de tamaña envergadura no podía ser verdad, o cierto, en su defecto. Para nadie es un misterio que el animalito tiene un apetito voraz que lo lleva a empacarse una lonchera de gran tamaño. Pero no nos engañemos, que su menú no contempla ingredientes mediáticos o vedettes televisivas (aunque es verdad que la bestia no reconoce títulos nobiliarios). Él o ella, se come al anónimo cervatillo, a la desconocida vaca, o el olvidado habitante de la selva, todos a cual más digno de llevar el rótulo, y aquí sí con toda elegancia de N. N. Pues el vídeo es una hermosura. Apenas para el tamaño de la expectativa, el televidente (porque así pasamos a llamarnos los que desplazamos la televisión de los ochenta por el youtube de los tiempos actuales) asiste a la tensión melodramática de aquellas miradas femeninas que anuncian la tragedia. Dos mujeres, una exótica y una mona (para cobijar todos los gustos), ayudan a que el sonido de los redoblantes no sea necesario. Luego, muchos primerísimos planos, pornográficos, que nos dejan ver hasta las amígdalas de esta creatura, culpable de la pérdida de nuestra inocencia original, para luego empezar a leer en subtítulos, el lloriqueo de nuestro ambientalista, que se queja por el brazo, por su irrigación y demás, y para descubrir que aquel crisol de la valentía y de la lucha por los derechos de los desprotegidos está envuelto, como choripapa, en un traje de metal, del que asoman cables que, imagino, se enchufan a una generosa carga de electricidad, para no negarnos el derecho de seguir contemplando su lucha en favor de la selva y de otras bestias.
Bogotá, 2014
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