Recién me subí al taxi, escuché la siguiente noticia: "Sale el minero número 15 y ha dicho que escribió sus experiencias durante el mes que estuvo bajo tierra. Próximamente publicará un libro". Este deseo de publicar lo que nos sucede, porque creemos o queremos, que lo que escribimos es importante de ser leído, se está convirtiendo en un virus de lo más contagioso. Atiborrados ante tanto libro acerca de las experiencias como secuestrado, como naúfrago, como desmovilizado, como engañado, como atrapado, el ejercicio de la escritura ha dejado de ser lo que era para convertirse en vehículo de morbo y novelería. Ante tanta devaluación del libro (ahora es más difícil publicar en un medio virtual que sacar 300, 500 o 1000 ejemplares en autoedición), y tanta pornografía de las anécdotas, creo que la mejor y más provechosa actividad si de fisgonear se trata, sigue siendo escuchar una conversación mientras se toma una taza de café o se espera turno en una fila.
Bogotá, 2010
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