El sábado, entre la deliciosa mezcolanza músico-gastronómica de una celebración, conocí a G. Sorteando el bullicio de un teclado, dos micrófonos y unos descomunales amplificadores, me enteré de que nuestras historias habían tenido los mismos escenarios; primero, como parte de las artes y, más adelante, como epílogo de la Ciudad Blanca. Esto me sirvió, ya en casa, para recordar aquella suerte de película que hicimos, los matriculados durante el primer semestre de Artes Plásticas, en el tercer piso de esa vieja y alcahueta construcción de la 13 con 13. Me parece que dicha película se puede resumir como un rollo de 16 m. m. que mostraba un recorrido por calles de ciudad sobre el que cada uno fue agregando [con un único y privilegiado marcador de negra e indeleble tinta] un trozo del cuento que duró lo que duró una canción de Pixies.
Bogotá, 2009
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