Salzburg souvenir
Al modo de Almodóvar y sus Abrazos rotos, hago un homenaje a los noventa con un desliz a los ochenta y a mi obsesión con el cambio. La fijación con las peluquerías data de tiempo atrás, cuando me sentaba en la sala de espera y espiaba, en estéreo y por los espejos, los modos y maneras de clientes y dependientes. La intriga corresponde al excesivo tiempo que respiran, en un espacio reducido y expuesto, tantos espíritus de tan igual tipo. El simulacro, lo kitsch, la repetición y la banalidad caminan, deliciosas, entre pelos cortados y olores a productos capilares. Entre tanto pelo y uña suelto se levanta la vanidad como personaje de Hesse y se cuelga de peinados nuevos que se buscan en revistas usadas.
El asunto de las peluquerías es un asunto que atañe a la re-invención. Las excusas pueden ser diversas pero el destino final el mismo, y el hábil venderá la idea de la originalidad en el corte del momento: liso y con flequillo, en capas y rizado, corto al extremo y decolorado. Y aquí, como en la lectura, lo que al final importará será el efecto, sea estético o no.
Bogotá, 2010.
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