Poco seguidora de los eventos sociales, asistí el año pasado, después de varios de ausencia, a la Feria Internacional del Libro de Bogotá. La sensación es la de ver una telenovela después de no encender el televisor por dos semanas: todo está en el mismo punto y nada se ha perdido. Pero, al menos, con la telenovela, uno se entretiene o cambia el canal. No sucede lo mismo en la Feria, con una programación que compite por el primer premio de aburrimiento y fantochería. Hace algunos años, no sé cuántos en realidad porque no le pongo mucho cuidado al asunto, a algún integrante de aquello que vive solo de su nombre e inexistencia (la intelectualidad nacional) se le ocurrió que gran cosa sería prolongar la agonía, del antes y el después, con unas reuniones a la orilla de la oscuridad salina de Cartagena. Y apareció Hay Festival o Hay festival o como quieran llamarlo que, igual, para lo que hace o deja (a excepción de bronceado), poco importa. Suspendido en la frágil excusa de acercar la cultura al pueblo, Hay festival vive de su sombra y, como todo lo que valoramos, del reciclaje de lo extranjero que nos traen de cuando en vez con la promesa de lo maravilloso. Si me preguntan sobre lo que queda después de esos días de jolgorio e intercambio de favores, puedo responder que más basura para acumular en las calles rotosas que se esconden de los lentes oscuros del turista y, como un buen regalo, este comentario de Carolina Sanín en El Espectador.
http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/carolina-sanin/columna185008-papas-fritas-y-hay-festival
Bogotá, 2010.
http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/carolina-sanin/columna185008-papas-fritas-y-hay-festival
Bogotá, 2010.
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