viernes, 28 de enero de 2011
Revoloteos
jueves, 27 de enero de 2011
miércoles, 26 de enero de 2011
La magia de la química
martes, 25 de enero de 2011
El escritor y su rostro
Las anécdotas editoriales apuntan a que el éxito en la escritura va acompañada de un rostro, aunque ese rostro sea su ausencia (Pynchon). Lo que pocos editores (y muchos escritores) saben es que, el rostro de un escritor, no es cosa diferente a su escritura.
Bogotá, 2011
lunes, 24 de enero de 2011
La escritura y el alma
Existen libros sin alma. Cuando se leen, se tiene el extraño vacío de la liviandad en el estómago, un vacío que el lector primero atribuye a una cuestión ajena al momento: el clima, el hambre, la sed. Tras una breve pausa, el lector vuelve sobre el libro; pero la sensación no desaparece. Lo curioso es que el libro, concluye el lector, está muy bien escrito.
Que un libro no tenga alma es algo que no se puede explicar, tan solo sentir. Habrá quien diga que esta apreciación es impresionista, que carece de fundamentos teóricos o críticos, que es relativa; pero en mi defensa, solo puedo proponer que, en el próximo que sea leído, el lector se fije en el asunto.
Bogotá, 2011
domingo, 23 de enero de 2011
Referencias
Cuando me siento en el estudio, siempre miro por la ventana. En el apartamento del frente vive un muchacho, alto y flaco, que se sienta todos los días frente a un computador. Me pregunto a qué se dedica, y le pregunto a Andrés. Tampoco sabe. Tal vez a lo mismo que yo hago, me responde. Es probable que él tenga la misma pregunta, al otro lado de la ventana.
Bogotá, 2011
viernes, 21 de enero de 2011
Primera panorámica
miércoles, 19 de enero de 2011
Cisne negro
pero, en el momento en que sus ojos se volvieron al lago,
se dió cuenta de que no estaba solo.
Bogotá, 2011
lunes, 17 de enero de 2011
Asunto de la imaginación
Se imaginó que lo demás subía y bajaba una y otra vez.
Se imaginó que todo lo demás se movía a una velocidad constante.
Se imaginó que, por cuestiones desconocidas, el paisaje se repetía una y otra vez.
Bogotá, 2011
miércoles, 12 de enero de 2011
Predilecciones
De los animales, todos.
De la novela, Murakami.
De la pantalla, Kim-Ki Duk.
De los poetas, los suicidas.
De las formas, el cuadrado.
De los números, el seis.
De ti, todo.
Bogotá, 2011
martes, 11 de enero de 2011
Francisco Ruiz Udiel (1977- 2010) Poeta nigaragüense
A Sexton, Plath y Pizarnik
Nacidas en 1928, 1932 y 1936
Cada cuatro años la muerte
abre la llave del gas de una cocina,
se fuma un cigarrillo en el sofá y espera.
Otras veces enciende el motor de un automóvil
dentro del garaje
y canta Chair in the Sky,
un poco de jazz no despertará
a las muñecas recién maquilladas, piensa.
Cada cuatro años la muerte toma
anfetaminas para adelgazar,
pero se le pasa un poco la mano
y ya no despierta.
No se pone triste, ni alegre, ni neurótica, no.
pero cada cuatro años
la muerte amanece lúgubre
y observa la tarde roja
desde una ventana.
Alguien trata de invocarme, dice,
y cierra amargamente los ojos.
A mí me da pesar, no sé,
es como si ella quisiera decirnos
o contarnos algo desde su delgado rostro blanco,
como si estuviera cansada de estrangular mujeres.
Yo la conozco muy poco,
pero me consta aborrece su funéreo oficio.
Últimamente la han visto respirar cierto
aire suicida.
Cada cuatro años a la muerte
se le irritan los ojos,
sabemos que ha llorado, lo sabemos,
pero callamos,
sabemos también que busca algún vientre
y como ella no tiene el privilegio de la carne materna
aferra entonces sus fríos y delgados dedos en el primer ombligo que encuentra.
Por eso cada cuatro años algunas niñas ya vienen muertas
Hay noches en que no quiero saber nada
Hay noches en que no quiero saber nada
ni oír nada,
y lo único que busco
es sentarme en la desamparada calle
y mirar a un perro,
que en su silencio sabe,
permanecer solo quiero,
Y desea hablarme con sus ojos
—Pero recuerda— y calla
Esta noche recitaré
a un hombre que perdió su paz,
un poema para morir en paz.
En el momento en que pienso esto
una sombra se me sube
por el pecho y me acaricia
con sus manos la frente
—entonces callo—
Ni la noche, ni la calle, ni el perro
podrán apaciguar esta ausencia.