La escritura carga dentro de sí la ausencia, la carencia más extrema. Se escribe cuando se está cautivo, y por supuesto, no solo me refiero a un cautiverio físico, a una temporada en la cárcel; me refiero a la carencia primigenia, la carencia que no puede encasillarse como ausencia de libertad, amor, posibilidades o bienes materiales.
Quien escribe se despoja del temor a que otros lo sepan así, un ser lleno de carencias, una bolsa vacía que solo encuentra plenitud en las letras que se suceden sobre la hoja en blanco, en las historias que llenan una y otra vez las carencias de quien las recorre con sus ojos.
El cautivo no teme repetirse una y otra vez, porque con ello siente que, de algún modo, se llena el vacío de su carencia y se desvanece un poco el quebranto de su libertad.
Bogotá, 2010
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