En la Revista ñ, del Clarín, de Argentina, leí la noticia acerca de la ampliación de los apartados que derivan de la palabra “libro”. Extraños aditamentos para una palabra cuyas posibilidades no se reducen a la palabra misma, sino más bien a la experiencia, y que han sido motivo de preocupación o de revisión y transformación de la empresa editorial y del papel, tiempo y circunstancia del lector. Desde la invención de la imprenta, la lectura ha dejado ver la grieta que se esconde debajo de la alfombra: la susceptibilidad de su naturaleza, su necesidad de definición en la intervención del otro, de otro ajena a sí misma: el lector. Pero si se opera un artilugio en pos de la defensa, se puede decir que son, precisamente, factores como tiempo y circunstancia los que se encargarán, de alguna manera, de garantizar y prolongar el delicioso sabor que solo deja en dedos, ojos y mente, la lectura de un libro, como lo entendemos los aguerridos coleccionistas de nimiedades y rarezas: como un fetiche, pleno de regodeo y seducción.
Bogotá, 2010
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