Felice Bauer
Termino de leer El otro proceso de Kafka, de Elias Canetti. Entre las grietas de mis lecturas reconozco la ausencia de Franz Kafka en mi archivo. Me he defendido con la angustia que me producen sus obras, he renunciado a ellas y, aunque a veces siento la necesidad de visitarlas, no he puesto mucho empeño en el intento. Ahora, como una imposición, tengo la película protagonizada por Jeremy Irons y una selección de cuentos dentro de la bibliografía de mi clase. Retornando a las primeras líneas, el libro de Canetti esperaba por mí en uno de los estantes de la biblioteca heredada. Tal vez mi papá lo trajo a casa escondido entre su gabardina beige, prensado entre el periódico y los papeles del banco, para que mi mamá no lo viera y diera, como todos los días, las múltiples razones de la insuficiencia de espacio. El librito tiene líneas señaladas de forma muy respetuosa para ser las de mi padre que, con esfero, repetía las líneas o dejaba una estela a modo de paratexto en la caja de la hoja; se me ocurre pensar que tal vez fue el librero alemán, amigo de andanzas (hacían excursiones juntos a los nevados en las que el delirio se apoderaba de mi padre y lo hacía ver a la Virgen María llamándolo a su regazo), con su mesura, quien dejó esos insignificantes puntos que yo ahora repiso con resaltador.
Dejando a un lado la anécdota, el libro de Canetti es para mí el deleite de quien husmea en casa de la abuela cofres y cajas con cartas y objetos varios, y, al mismo tiempo, es ventana por la que desfilan una serie de personajes (no personas) que, en algún momento de mi vida, han cruzado la calle. La imagen de las cartas no es gratuita: eso es lo que hace Canetti con la correspondencia entre Kafka y Felice Bauer, mujer que conoce un atardecer del 13 de agosto de 1912, en casa de la familia Brod. La reconstrucción es propiciada por Felice que prensó, en los pliegues del papel, al guardar las cartas enviadas por Kafka, la personalidad del escritor. Me reservo los calificativos y, en cambio, paso a re-escribir algunos apartes del ensayo:
Con el tiempo, ese deseo de influencia a Felice se convierte en una auténtica campaña, y queda claro qué persigue en realidad con ello. Su intención es la de “desaburguesar” a Felice, quitarle de la mente los muebles, que para él personifican los más horrible y odioso del matrimonio burgués […] pide fotografías a Felice en medio de un grupo de niños, que quiere conocer a distancia mediante la observación detallada de las fotos; alaba exageradamente a Felice cuando está contento de ella, y esta alabanza suena tan intensa que ella ha de creerla manifestación de amor: se produce siempre cuando ella sigue sus instrucciones. Paulatinamente, Kafka llega a esperar de ella auténtica subordinación y obediencia. La rectificación de la imagen de Felice, la transformación de su carácter ―sin lo cual él no puede imaginar una vida futura con ella―, se convierten poco a poco en gobierno sobre ella. (Canetti, 182, 184)
Ya que no quiero que el sabor de la lectura quede cristalizado en la predilección que estas líneas detentan, termino con estas que hacen referencia al creador, al escritor, por encima del hombre, y con las que me quedo, al final de todo:
“Cuando quedó claro en mi organismo que la creación literaria era la actividad más fecunda de todo mi ser, todo tendió hacia ella, desocupando todas mis otras facultades, atraídas por las alegrías del sexo, de la comida, de la bebida, de la reflexión filosófica, y sobre todo de la música. Iba adelgazando en todas estas direcciones. Ello fue necesario, dado que mis fuerzas eran en conjunto tan débiles, que sólo unidas podían ponerse más o menos regularmente al servicio de mis tareas literarias […]”. (Canetti: 46)
Bogotá, 2009