A tu nombre, ya lo sabes
Los hombres de la calle no han perdido, como yo, la sonrisa que provoca el desprecio.
A sus trapos no les es permitido limpiar las legañas de las luces.
Su piel, ya rota, no se recomienda para la salud y lozanía de la pintura secada por complicados procedimientos.
Hasta sus manos, solo llegan botones perdidos en la sequía del colchón para un encuentro fortuito y rápido.
Sus huesos y dientes repiten esquinas y rincones de caños, con el único fin de soplar en mis labios su sonrisa.
Bogotá, 2010.
A sus trapos no les es permitido limpiar las legañas de las luces.
Su piel, ya rota, no se recomienda para la salud y lozanía de la pintura secada por complicados procedimientos.
Hasta sus manos, solo llegan botones perdidos en la sequía del colchón para un encuentro fortuito y rápido.
Sus huesos y dientes repiten esquinas y rincones de caños, con el único fin de soplar en mis labios su sonrisa.
Bogotá, 2010.
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