Anoche, tomando una cerveza de pie, conocì la vida de un hombre dedicada a los encuentros. Sobre las vitrinas, convertidas en barras, me contò la cata de los vinos, la historia de por què los jamones serrano no tienen hueso y la llegada de las dos ùnicas cervezas nacionales que se venden en el lugar. Mi compañero tuvo que hacerse a un lado mientras yo miraba la carne seca colgando de los ganchos y los hombres y mujeres que pasaban sus tragos con alguna tapa o manì. Don Edgar, porque asì se llama aquel hombre bajito, amable y hàbilmente vendedor, respondìa a todas mis preguntas mientras cortaba queso, carne, servìa cerveza y cobraba las cuentas. Su voz, profunda, sorteaba las risas de todos, incluìda la de nosotros, y dejaba ver al hombre sencillo, que ha visto mucho y que aùn tiene mucho para ver.
Bogotà, 2010
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