No se trata de una coordenada o de la referencia de un libro en el fichero de una biblioteca. Tampoco es la señal luminosa de un ascensor.
Nadie se ha inventado un cóctel con ese nombre, y nadie le ha puesto así a su mascota -sea perro o gato.
No es la talla de un suéter o el número de un calzado, en especial.
No se trata tampoco de un error de digitación.
Ni de un mensaje secreto o la clave de alguna transacción en línea.
Es, simplemente, la razón del delirio, el gesto que sacia el ejercicio de la escritura.
Bogotá, 2010
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