lunes, 25 de mayo de 2015

Fuego fatuo

Dicen que el fuego fatuo retrocede en cuanto el hombre que lo divisa quiere acercarse. A mí me sucede, o por lo menos tengo la sensación de que me sucede lo mismo, con la vida cuando trato de acercármele.

Bogotá, 2015

domingo, 5 de abril de 2015

Cartas cruzadas entre el autor y el escritor

La forma en la cual considero que puede darse la colectividad, el trabajo en grupo y el intercambio colectivo es, definitivamente, en el espacio de la tertulia. Durante las últimas semanas, mi creencia se ha confirmado y rebasado, aún más, en el espacio impuesto y medido de la academia, con un grupo de candidatos al título de especialista en Creación Narrativa. Aun cuando los hados no favorecen la cronología y disposición humanas, debo anotar que ha sido un espacio sumamente grato para mí en el que el tiempo no tiene medida ni contingencia, y aún más, no implica una incomodidad. Hace tiempo no sentía ese tiempo.
Una de las discusiones, o más bien de los hallazgos que han procurado una honda huella en mí ha sido la de la diferenciación entre la figura del autor, y la figura del escritor. Asistida por la bibliografía y las distinciones ajenas, di comienzo a una línea que marcara la ausencias y distancias entre una y otra categoría del sujeto, máscaras asociadas a la actividad creadora y creativa (ahora hago la diferencia, también tras los encuentros, esta vez con voces más jóvenes y noveles pero no por ello más ingenuas), para luego trazar un esquema que aclarara los pliegues y resaltara los rasgos, que más tarde, en el intercambio de voces y de experiencias, se convirtió en la correspondencia entre una representación y la acción.

Bogotá, 2015

jueves, 19 de febrero de 2015

Revisitando a Nietzsche

La razón, aquella excusa del hombre para ubicarse por encima de los seres que lo rodean, pierde su fuerza entre la maraña de sus vanidades. Lo que sirvió al hombre para discriminar, en su momento, los caminos del bien y del mal, génesis de las acciones y concepciones polarizadas de nuestros días, se ha convertido en una máquina desbocada, aún más que la futurista y paliativa locomotora del progreso que, vimos, vemos y veremos, no deja sino una estela de humo negro y de naturaleza muerta a su paso; y el "instinto de la crueldad", inherente al hombre, y que, según la guía y asistencia de los progenitores, es extirpado del lugar que habita en todo infante, ha sido inoculado a los adultos, padres, madres, putativos o no, iluminados, ya no con la sabiduría divina o terrenal, sino con machetes, cuchillos, agujas o manos. La enfermedad no reconoce límites.

Tristeza, 2015

jueves, 5 de febrero de 2015

Escritura literariamente enferma

Imposible fue concluir la lectura del cuento "Cuidados paliativos", del escritor español, ganador de muchos concursos, y del de la primera edición de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, 2014, Juan Bonilla.
Tan aburrido y tan soso como su nombre, resultó ser el cuento; remedo ilusorio y fofo de aquellos escritores que han hecho de la enfermedad un camino literario [Roth].

Un misterio queda por resolver, dentro de todas las condecoraciones y menciones: el que atañe a la literatura; en el caso de Bonilla será tarea difícil de emprender y de sostener porque el ánimo por leerlo ha quedado truncado.

Bogotá, 2015

sábado, 3 de enero de 2015

El grado cero de la basura

Largo rato se sostiene una conversación con la conciencia, iniciada con el "tema" (para sonar con jerga actual) aquel de la muchacha gringa que desde hace unos cuantos años no "produce" basura (léase plásticos, papel, residuos de difícil digestión para el planeta). Pues esta jovencita, con gran acierto, ha decidido lavarse los dientes con cepillo hecho en bambú (y hacerle la publicidad a la marca ecoamigable en su blog), y usa la copa (también sale el vínculo, para aquellas que no se han convencido aún de sus beneficios), y así salirse de este sistema que tan atrofiados nos tiene a los terráqueos (haciéndole tan mala leche a la que nos da de comer). Además de ello no tiene auto para no contaminar el aire con los gases de los exhostos, ni para contribuir con la guerra del petróleo. 

Pero la conversación con la conciencia no aparece ahí, con todo esta labor digna de aplausos y de reconocimientos, el tema comienza cuando aparece la posibilidad de que lo que en el fondo hay, y se hace, es propiciar una lejanía, distancia, o diferido, en la responsabilidad de los actos, un solazarse en la capacidad de negarse a tocar los agentes contaminantes (y volver a la eterna imagen del Poncio que se lava las manos, para que sean otros los que hagan el trabajo sucio, Joe), para pasar al plano de quien utiliza y usa lo que otros venden como redención de nuestra condición pecadora y banal. En cambio, se siente bien cuando hacemos el gasto (el apoyo, se dice) al restaurante que da trabajo a las madres cabeza de familia, o a los negritos esos que cultivan y pelan el arazá (oficito ya bastante dispendioso, lo dice la experiencia), o cuando es el chofer o el gobierno, o el cacique, quienes contaminan el aire porque nosotros somos simples pasajeros, o para que sean otros los que conviertan nuestros papeles sucios en pétalos de rosa, para nuestras sonrosadas sentaderas.

Bogotá, 2015

domingo, 21 de diciembre de 2014

Las bondades recibidas

La razón, diferencia con la bestialidad de los animales, orienta al hombre hacia la invención de prácticas y métodos en contra de todo lo que lo rodea. Pero es ese post, el después no contemplado, la resaca y sus dolencias, lo que lo lleva a hacer un llamado a su bondad. Una de las modalidades es la que se reseña con el nombre del "apoyo a los artistas". Presupuestados como almas en condición de discapacidad, los artistas son conducidos y clasificados como objetivo de ser socorrido por medio de la caridad. Todos los que se ciñen a la moldura de lo exitoso ven en el arte y en sus operarios un motivo para ejercer la rebaja de impuestos y la gimnasia de las buenas actuaciones. Así se apoya al arte del mismo modo en que se inserta el billete cuando pasan la bolsa durante el oficio religioso, o como se renuncia al cambio tras la solicitud de la cajera en el supermercado.

Bogotá, 2014

miércoles, 17 de diciembre de 2014

En campaña

Bajo la bandera ambientalista se cometen atentados contra natura. El más reciente es el caso de aquel amante de los animales y de la selva que prometió ser el almuerzo de una anaconda. La polvareda se hizo por los a favor y por los en contra de tan loable ofrecimiento en favor de los animalitos, aquellos seres desvalidos que, como los niños, los desplazados, los negritos, los "handicaps" (ojo, in english es dignificado el rótulo), los pobres, etc, etc. (la lista es larga) necesitan la salvación de estas manos salvadoras y todopoderosas. Y se rascaron su bolsillo para buscar los billeticos o el cheque que se produce con la tala de los árboles que ahora protegen a capa y espada. Todos nos agarramos de los pelos, de pensar en aquel pobrecito, carne de nuestra carne, que iba a ser presa voluntaria de tan magnífica bestia. Y ahí comienza el factor para desconfiar de lo tan confiable. Un ofrecimiento de tamaña envergadura no podía ser verdad, o cierto, en su defecto. Para nadie es un misterio que el animalito tiene un apetito voraz que lo lleva a empacarse una lonchera de gran tamaño. Pero no nos engañemos, que su menú no contempla ingredientes mediáticos o vedettes televisivas (aunque es verdad que la bestia no reconoce títulos nobiliarios). Él o ella, se come al anónimo cervatillo, a la desconocida vaca, o el olvidado habitante de la selva, todos a cual más digno de llevar el rótulo, y aquí sí con toda elegancia de N. N. Pues el vídeo es una hermosura. Apenas para el tamaño de la expectativa, el televidente (porque así pasamos a llamarnos los que desplazamos la televisión de los ochenta por el youtube de los tiempos actuales) asiste a la tensión melodramática de aquellas miradas femeninas que anuncian la tragedia. Dos mujeres, una exótica y una mona (para cobijar todos los gustos), ayudan a que el sonido de los redoblantes no sea necesario. Luego, muchos primerísimos planos, pornográficos, que nos dejan ver hasta las amígdalas de esta creatura, culpable de la pérdida de nuestra inocencia original, para luego empezar a leer en subtítulos, el lloriqueo de nuestro ambientalista, que se queja por el brazo, por su irrigación y demás, y para descubrir que aquel crisol de la valentía y de la lucha por los derechos de los desprotegidos está envuelto, como choripapa, en un traje de metal, del que asoman cables que, imagino, se enchufan a una generosa carga de electricidad, para no negarnos el derecho de seguir contemplando su lucha en favor de la selva y de otras bestias.

Bogotá, 2014