martes, 29 de noviembre de 2011

Sobre el mejor secreto

Hace ya algún tiempo en alguna revista de las que llamamos culturales, alguno de aquellos que se denominan a sí mismos como periodistas culturales o escritores o críticos literarios, dijo respecto a las repetidas menciones del nombre de Tomás González en los flacos escenarios literarios con los que contamos, que se trataba de "el secreto mejor guardado de la literatura". Ahora, cuando creía que el mote había pasado de moda, resulta que a los organizadores o creativos o yo no sé a quién, se le ocurrió reunir unos nombres de escritores jóvenes en la presente Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y exponernos de nuevo a la ocurrencia que se cree como genialidad de que la literatura tiene "mejores secretos".


Esto de "el mejor secreto guardado" para ser aplicado a escritores no me parece que signifique nada más allá de un encabezado sonoro para un artículo encargado sobre un escritor del momento, que debe ser contemplado gracias a los mecanismos de marketing y a las dinámicas editoriales para promocionar las novedades de sus catálogos. Cuando pienso en la dinámica del secreto llega a la mente la complicidad y picardía, acompañada de una promesa fallida, que deriva de la advertencia de contar el secreto pero no divulgarlo. He ahí el punto de quiebre y el leit motiv del secreto: acercar los labios al oído del otro para susurrarle algo que es prohibido, que ya se ha prometido no contar, y que se sabe se contará, y que cada vez que se cuente, en cada escena repetida de labios acercándose a oidos, y de palabras susurradas una tras otra, se estará más y más lejos de la versión inicial.


Es por esto que no entiendo lo del mote de "el secreto mejor guardado", ¡mejor guardado por quién o por qué?, ¿por la miopía ante lo próximo?, ¿por indolencia? ¿por el escritor, los críticos o las editoriales? Creo que, para lo que quiere expresarse con esta invención, bien podría cambiarse la palabra "secreto" por "tesoro"; así por lo menos serían un poco más efectivos estos motes, porque, si se me permite una última pregunta: ¿quién lee ahora a Tomás González? Creo que Tomás es de esos autores a quien le importa mucho más la escritura, sus perros y su casa, entre árboles, alejada del ruido de esas voces que se regocijan con el tintineo del hielo en sus vasos de whisky.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Pequeñas circunstancias 2

Continuando con el mismo tejido de líneas abajo, me permito mencionar otro de los episodios o de las circunstancias que alteran mi tranquilidad cuando transito por las calles bogotanas, y que he vivido hace tan sólo una noche de manera simultánea en el momento en que salí de mi sitio de trabajo en búsqueda de un transporte para mi casa. Debo mencionar, para efectos de ambientación, que en horas de la tarde habíamos sufrido las inclemencias del clima de los últimos tiempos colombianos (un invierno que, siguiendo los términos periodísticos, “azota a la región”) bajo la forma de un tremendo aguacero con granizo y efectos pirotécnicos incluidos, cuestión ésta de la que debo dar fe a los testimonios que narraron el episodio porque yo estaba en la oficina sólo escuchando y poniendo un balde sobre la mesa en la que caía agua copiosamente mojando mis papeles, mis artefactos tecnológicos y los elementos que hacen parte del inventario de mi cubículo de trabajo. Bien, hecha esta contextualización, salí ya en las horas que están al filo entre el día y la noche a buscar un taxi que me llevara a mis aposentos. Lo primero que tuve que hacer para alcanzar la otra acera fue luchar con carros y motos para que dejasen pasar a una mujer en avanzado estado de embarazo, hay que ver lo retrechero que se vuelven algunos frente a este grado de ingravidez o de gravidez (¿?). Ya estando al otro lado, una señoritas y señores que caminan con un ego más grande que ellos, suponen que las sombrillas, a la altura de las cabezas, ojos, narices, cachetes, de los otros, no representan ningún peligro, y entonces tiene uno que sortear los pinchos de los artefactos que cuidan que sus tres pelos no se ensortijen después de haber durado una hora planchándolos y aguantándose el asqueroso olor a pelo chamuscado (ojo que ahora, en estos tiempos actuales, no se descarta la situación aplicada a los hombres. Y no es que esté en contra del acicalamiento masculino, no para nada, hasta me resulta atractivo eso de lo metrosexual); ah sin olvidar a los señoritos universitarios que asumen que ellos llevan la vía y que uno debe bajarse a la zona de los carros para que ellos pasen con sus morrales y sus inexistentes modales. Bueno, sorteado esto un poco y luego de encontrar una ubicación en el andén que no dé papaya a las sombrillas, ni a los señoriticos, ni a los charcos (porque de esto no he mencionado nada porque hay que esperar que lo empape alguno para acordarse de ellos), empieza uno a levantar la mano en busca de un taxi que ahora, como si no hicieran arte ni parte de la masa de servicio público, tienen el descaro de bajarlo a uno si la ruta no les sirve a ellos; pero no me crean desconsiderada y crítica, hay algunos decentes que le evitan la subida inútil con una bajada de vidrio seguida de la pregunta de “hacia dónde se dirige”. Habrase visto semejante cosa, mejor dicho hacen recorrido de buseta pero pagando el precio en oro. Después de tener que subir dos calles del lugar de los hechos y luego de dos intentos fallidos con las mismas características; es decir, pregunta que vale decir que nunca contesto, y bajada, logré tomar uno que me llevara a casa y entrar con un genio de los mil demonios que se disolvió apenas abrí la puerta y di a Andrés la respectiva queja. Hasta aquí otra aguafuerte bogotana.

Bogotá, 2011

martes, 22 de noviembre de 2011

Pequeñas circunstancias

Como estoy dedicada a las cosas que me molestan, forma ésta sana de sacarlas por medio de la escritura, además de la costumbre cada vez más difundida de comprar algo con el "me regala"; del uso indiscriminado y alcahueta del "nosotros"; de los peladientes y abrazatodoelmundo (aseguran que en eso radica la felicidad); debo sumar la de la pedigüeñería en todo lado, desde la televisión (artefacto que ya sólo uso como pantalla del reproductor de DVD), pasando por los buses de transporte público (que desde hace un tiempo por razones de salud, salubridad y seguridad, no uso) hasta los supermercados y su coladera en la caja registradora que, además de dejarles dinero extra por cuestión de impuestos, gastos de almacenaje y demás, tienen ahora la malsana costumbre de pedirle a su "cliente", un aporte de los pesos que hacen falta para redondear la cifra final que se paga, o una gotica, o un bonito, o no sé que más, todo para cosechar indulgencias con avemarías ajenas (se sabe o, por lo menos, se intuye que toda esa ´preocupación´por el prójimo se verá reflejada en excención de impuestos y otras prebendas para las grandes cadenas que se muestran a todos como indiscriminadas madres teresas de calcuta, mientras que a nosotros, o por lo menos a mí, para no caer en el saco ese que tanto detesto, nadie me da un aporte voluntario, ni me va a eximir de pagar impuestos o me va a conceder favores a cambio del dinero que donaría. Espero que se entienda que mi pelea no se concentra en los pocos pesos que esto implica (aunque no se sabe, porque he conocido personajes que, aunque predican una vida de anacoreta y de desprendimiento material, viven mirando de soslayo el bolsillo del prójimo), o en que como no me lo hacen yo no lo hago; sino que voy es al punto de que no necesito resarcir mis pecados mediante buenas obras u obras de caridad que me hagan ver y sentir como una buena samaritana.


Bogotá, 2011

jueves, 10 de noviembre de 2011

Pensamiento absoluto

Siempre he desconfiado de la primera persona del plural. El tan famoso "nosotros" que hay quienes gustan usar como un saco en el que echan todo, lo que existe y lo que no. Bajo el "nosotros" se cobija el que no hace pero sí figura, y bajo el "nosotros" los que hacen terminan difuminados con el resto de la masa. Es por eso que siempre prefiero los nombres, no importa que la lista sea larga -que de seguro nunca lo es- y tomarme el tiempo y el espacio en mostrar gratitud, eso es algo que ya se ha olvidado y que, gracias, al "nosotros" constituye una de las más grandes omisiones de nuestros tiempos modernos.




Seguiré siendo, entonces, una defensora de los nombres propios que dibujan los rostros de la gente y renuncio al emborronamiento del "nosotros", a su interés por cubirnos a todos con la identidad del NN; los demás no sé qué harán, pero así lo pienso y defiendo. No hay mayor gratitud que ésa: la de escuchar en los labios del otro mi nombre, si eso es lo justo y es lo que precisa. Yo no pido nada más. Si eso no es posible, entonces, le pido a los amantes del "nosotros" igual que a los amantes de los insoportables y lamentables correos masivos que me saquen de su lista. No me interesa figurar en ella, me interesa que quien se dirija a mí lo haga a través de mi nombre: Andrea Vergara G.




Bogotá, 2011

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Incomodidad

Lo siento, me incomoda incomodar.

Bogota, 2011