viernes, 19 de septiembre de 2014

La colombianidad a palos [la genialidad del título no es mía]

Un programa, de un canal de cable, pasa por estos días un concurso. Es un canal dedicado al Fashion. Y el programa en cuestión presenta, como ya es regla, un concurso entre varias participantes para conocer, a partir de casos y situaciones de nuestra femenina vida cotidiana, cómo su ingenio fashionista solventa las urgencias de los compromisos sociales. Hasta ahí, todo bien, ¿verdad?
El asunto se complica cuando entre las participantes (que provienen de nuestra denostada y otras veces reificada Latinoamérica) hay una colombiana. 
La situación es la siguiente:
Primer capítulo: Orden de los eventos. 1o. Presentación de las participantes a cargo de ellas mismas. 
Nuestra abanderada representante se muestra como lo que es su ideal femenino (aclaro, su ideal, lógico, es el que ha calcado y tragado, pero nunca vomitado): madre joven, profesional exitosa (real, no se muestra, sólo tenemos la mención); consumidora compulsiva (real, dan cuenta sus cómodas y arrumes de chiros); linda (real, a pesar de las luces de cámara y el maquillaje).
2o. Desfile de las participantes por el set del "reality".
3o. Cortas intervenciones por parte de los presentadores-jurados-consejeros-críticos acérrimos y, por último, por parte de las concursantes. Hasta ahí nuestra colombianita, descolla, barre a todas las otras. Viva Colombia, las más bellas mujeres; el mejor café; los paisajes más bellos del planeta.
4o. Propuesta de situación: las concursantes deberán buscar su mejor "pinta" para el "bautizo" de su "ahijado".
5o. Salida despavorida de estas sílfides, maniquí en mano, a buscar su mejor vestido (ojo que tiene que ser sexy, mas recatado; diciente pero mesurado; formal pero relajado; etc. ¿Comprendes, Méndez?)

Y es aquí donde todo se va al traste, se rompe la ilusión de un bonito cuento: nuestra colombianita le "roba" (sólo copio las palabras de la implicada) el vestido que la argenta tenía como su primera opción. Sí, así como se lee, no tiene problemas en sacarlo, pero qué si es que aquí todos los días vivimos admirando al más vivo, al más ventajoso. Ella, nuestra compatriota, no tiene la culpa, ella lo hizo "sin culpa". 

No era para tanto, es sólo un concurso, le dice la princesa chibcha, ya tras bambalinas, a la piba.

Bogotá, 2014

jueves, 4 de septiembre de 2014

Exceso de presencia

Debo confesarlo. No soy gran lectora (advierto que hablo desde la cantidad, no desde la calidad), y menos, soy lectora de revistas. Por accidentes de intercambio, me he visto los últimos días hojeando y ojeando, par de números de una revista que ya cuenta los últimos días de su existencia (esas boqueadas no son desconocidas, y menos pasan desapercibidas). Y una tendencia encontré, considero que no se trata de una mera casualidad, ya que esa postura la vengo rastreando ya en novelas de jóvenes autores (cuando hablo de jóvenes, se debe entender que el título de "joven" abarca una franja lo suficientemente ancha para que yo alcance a entrar en ella; si fuese un muchacho de 18 a 22 años el que lo dijera no sería tan condescendiente en lo de una juventud tan ya avejentada), y es la de hablar desde la esquina de la cotidianidad, desde el parecer y desde el ser. Ya el texto no es máscara, pero tampoco es espejo, porque en el espejo se refleja también aquello que no se es, sino que se desea ser. 

Bogotá, 2014