domingo, 30 de noviembre de 2008

En la Re-vuelta

Es una huída que nadie entiende
-No tendrían por qué hacerlo-

Es una imagen pegada en la pared del frente
En mi cuarto
Que se desliza cada vez que tomo uno de aquellos buses rojos
Y me persigue en cada charco de la calle

Y tú no lo entiendes
Porque miras todo con los ojos del propósito
Y yo tampoco te lo puedo explicar
Porque siempre miro con los ojos del deseo

¿Es eso malo?

Será, entonces, un error más para el Sumario
Y tomará la forma de un perro solitario en una calle en un día de lluvia
Hasta que pueda acomodar las fichas de todo esto en una maleta de viaje sin retorno.

martes, 18 de noviembre de 2008

A propósito

Bob Dylan me cantó una canción la otra noche.
Yo la canto todos los días
Mientras viajo de un lado a otro de la ciudad
Y dejo atrás lo que recuerdo de mí al cerrar la puerta de una casa que ya no es mía.

Bob Dylan me canta una canción cada noche.
Y yo la escucho mientras tecleo letras que se aparean como roedores en una cueva
Animales de fondo,
con ruido de fondo,
al cerrar la puerta de una casa que ya no quiero

sábado, 8 de noviembre de 2008

Sesión de estudio

Hombre estúpido
Que te diriges a mí con la pregunta
“¿Me sigues?”

Yo, más estúpida
solo para ti,
Te respondo con mi cabeza
Mientras sonrío

“¿Te diviertes?”, vuelves a preguntar
Tú,
Estúpido
Y te jactas de un par de números
Que un profesor puso para ti
Al final,
Sobre la hoja en blanco.

Con las uñas dibujo sobre la tela de mi pantalón
El dos que te mereces

“¿Me sigues?”, repites
Porque es lo único que,
junto con una baba espesa,
produce tu lengua.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Asuntos importantes


Son las 5:48 de la tarde y Paco se enfila camino a casa. Sabe que Roberto está próximo a llegar porque las personas bajan de los buses y buscan en los bolsillos o carteras las llaves de sus casas. Lo sabe porque ha visto a Roberto hacer lo mismo. A las seis de la tarde, con la puntualidad que lo caracteriza, Paco se sienta frente a la fachada de su casa a esperar. Una mujer que pasa pregunta a otra la hora: la voz de un 6:08 entra por sus orejas. Hace más de doce horas, a las 7:13 de la mañana para ser exactos, Paco se paseaba por el jardín mientras Roberto terminaba de asegurar el candado de entrada: ese es su ritual antes de tomar el bus para ir al trabajo mientras Paco se queda en la calle mirando gente que a veces lo saluda y a veces no. Tras una corta despedida, Paco corre hasta la esquina donde Mariana espera el bus que la lleva de lunes a viernes al colegio. Para ese momento serán las 8:07 de la mañana y Paco será feliz en compañía de la niña de once años con maletín y lonchera marcados con un gran rótulo que informa nombre completo, dirección y teléfono en caso de pérdida. Al doblar la calle, y entre una nube gris, el bus desaparece de la vista de Paco. Entonces se sienta un rato en el andén, corre por el césped de las casas del barrio, mira los colores de los tapetes de las entradas, detiene la marcha al topar algún objeto botado en el piso, responde a los saludos de las personas que se le acercan, se sienta de nuevo un rato en el andén hasta que oye a lo lejos un rugido que poco a poco se aclara: la furgoneta que llega a las 10:02 de la mañana con leche y carne para la tienda. Paco, en su felicidad, olvida saludar a la dueña. Se desliza entre sillas y patas de mesa para alcanzar a los hombres vestidos de blanco, con botas y gorros blancos que cargan entre sus brazos bolsas blancas que la dueña mete en una vitrina fría e iluminada. Paco sabe que ahora la suerte pende del saludo a la señora y sabe que sus esfuerzos traerán de la mano una recompensa deliciosa: un pedazo de carne o un tazón con leche. Nunca se equivoca. Se despide con el sabor de la comida aún en su lengua porque no quiere perderse el paso del grupo de hombres tras el descanso de la obra. A la 1:13 de la tarde el sueño de Paco es interrumpido por el llamado de la dueña de la tienda: en un plato, algo desportillado, lo esperan trozos de carne mezclados con arroz y habichuelas. Come sin pena, mascando y tragando, porque la gente es de confianza. No esconde ni su hambre ni su saciedad. Limpia el plato porque así agradece la invitación, roza con su pelo desordenado la mano de la dueña y sale dejando una estela de felicidad entre los comensales, la mayoría trabajadores, empleadas y vendedores ambulantes de la zona. A las 2:32 de la tarde Paco de nuevo es parte de la esquina donde el bus escolar deja a Mariana. Los dos se saludan como viejos amigos que se encuentran en una estación. La voz de la niña cuenta la clase de manualidades mientras las manos muestran una cartulina blanca pegoteada de lanas de colores y lentejuelas. La voz de la niña relata la caída de su amiga en clase de educación física mientras piernas y manos devuelven la cinta justo en el momento previo del accidente. Paco brinca, corretea y husmea el maletín y la lonchera. Sabe que quedó algo de comida para él porque el olor del pan y el jamón reposados revolotea en su nariz. Se despiden en la puerta de la casa de Mariana. La cabeza de su madre se teje entre el velo de la ventana de la sala. Aún quedan unas cuantas horas. Paco tendrá que ovillar el tiempo mientras camina una y otra vez las calles del barrio. Jugará con sus rastros, reteñirá las huellas que ha dejado. A algunos vecinos no les gusta que haga eso pero a Paco parece no importarle. De nuevo, son las 5:48 de la tarde y Paco se enfila camino a casa. A las seis de la tarde, con la puntualidad que lo caracteriza, Paco se sienta en la acera. Los minutos pasan y aunque Paco no tenga reloj ni conciencia del tiempo siente que la tarde se alarga hasta que las sombras son un cielo negro y unas luces encendidas en las casas. Una voz le dice a otra 6:08. Un silencio largo. Otra voz habla de las 6:11. Y más allá, cuando para Paco se inicia otro día, escucha que no se ha pasado de las 6:14. Luego vienen las 6:21, las 6:25 y las 6:32 disfrazadas de personajes de una película de suspenso con un fondo musical que no es otra cosa que el hambre paseando por sus tripas. A las 8:51, cuando Paco ha renunciado a casa y comida, aparece Roberto con sus llaves y una bolsa de papel entre las manos, Paco lo saluda y ambos entran. Ahora, desde fuera, los demás podrán ver una luz más encendida en esa casa.