jueves, 7 de octubre de 2010

La sociedad disociada





He visto La sociedad del semáforo, película de Rubén Mendoza (1980). Es necesario que quede la constancia escrita de mi rol como espectadora de cine nacional. A riesgo de ofender a aquellos (muchos, desgraciadamente) que creen que la identidad nacional o mi gentilicio se define a través de mis alaridos cada vez que el equipo de fútbol colombiano juega, o del uso de tiritas tricolores en mis muñecas o en mi bolso o en mi billetera, o de extrañar la arepa, los fríjoles o el bocadillo o los paisajes o, la campeona para mí, la idiosincrasia de nuestro pueblo, cuando he vivido por fuera, debo decir que revelar que gasté dinero en la boleta de una película nacional es casi tan vergonzoso como reconocer a un colombiano en otra parte del planeta. Pasada lo que para aquellos (muchos, afortunadamente) es una ofensa a nuestra tan genuina y tan endémica (leáse de las dos formas, como enfermedad y como aborígen) marca "Colombia es pasión", vuelvo a consignar mi experiencia como espectadora de dicha película para decir que la catalogo como "experiencia feliz". La felicidad se explica desde el plano de lo meramente visual que es, para mí, la fortaleza y la debilidad de esta ópera prima; fortaleza, porque es agradable y placentera (no quiero entrar en discusiones álgidas con las definiciones de "Placer", schhhhh, Platón & Co, schhhhhh Barthes & Co) solo por el gesto de su apuesta por separar imagen de anécdota, y debilidad, porque es la misma imagen la que se deja engolosinar con su propia imagen y con el efecto que no supera eso mismo, su ser como imagen (¿Cuál es la relación del trancón de ambulancias con el resto de la película?). La felicidad también se explica con el desmoronamiento, aunque no muy alejado de Dago y Co, Cabrera y Co, Trompetero y Co, Gaviria y Co., (y no quiero sentir vergüenza recalcitrante citando a escritores de novela, o lo que los editores han decretado como novela) de que la única fuente de la que puede abrevar nuestra imaginación y nuestra producción artística es la violencia, el narcotráfico, la droga y el taparrabos (después se quejan de por qué nos tildan de drogadictos, por qué nos separan en las filas de ingreso a otros países, por qué en el extranjero creen que Bogotá queda en mitad de la selva y que nos movemos entre lianas, -no tengo nada contra la naturaleza, es más la prefiero-).


Y todo esto que me ha servido para expresar lo que siento sobre la condición del colombiano, me sirve también para decir con ese compromiso con las aguas tibias que tanto nos caracteriza que, para ser su primera obra, el joven Rubén Mendoza ha hecho un buen trabajo.


Bogotá, 2010

No hay comentarios: