lunes, 24 de enero de 2011

La escritura y el alma

Existen libros sin alma. Cuando se leen, se tiene el extraño vacío de la liviandad en el estómago, un vacío que el lector primero atribuye a una cuestión ajena al momento: el clima, el hambre, la sed. Tras una breve pausa, el lector vuelve sobre el libro; pero la sensación no desaparece. Lo curioso es que el libro, concluye el lector, está muy bien escrito.

Que un libro no tenga alma es algo que no se puede explicar, tan solo sentir. Habrá quien diga que esta apreciación es impresionista, que carece de fundamentos teóricos o críticos, que es relativa; pero en mi defensa, solo puedo proponer que, en el próximo que sea leído, el lector se fije en el asunto.

Bogotá, 2011

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