miércoles, 12 de octubre de 2011

Triste escena de la vida real

Durante uno de estos medio días devueltos al invierno de hace unos meses, vi sobre una de las aceras de la Séptima una escena bastante triste, que no es otra cosa sino la consecuencia de nuestra estructura social y económica. Y aunque no quiero sonar como crítica y pulga que va en contra de la corriente del arroyo, sí quisiera reteñir el punto al que conducen muchos de nuestros comportamientos humanos: la injusticia. Un muchacho lloraba sobre una montaña de panes de moldes y vasos con leche derramada. Una de sus manos sostenía aún, ya sin razón de ser, una bandeja de icopor que minutos antes llevaba su encargo, y la otra trataba de pescar entre toda esa harina mojada por el agua y la leche, algún pan útil. El muchacho lloraba y la lluvia caía sobre su cara y sobre los panes que no eran suyos y que ahora tendría que pagar, regaño de por medio, con los escasos pesos que debe valer su trabajo para los dueños del negocio en el que trabaja.


Bogotá, 2011